El final, aunque no lo parezca encierra algo hermoso, espero que lo descubrais.
A finales del s. XIV en la China de la dinastía Ming eran comunes las batallas contra los mongoles, estos intentaban una y otra vez acabar con la opresión china y estos a su vez los sometían con toda clase de impuestos, torturas y saqueo de sus ciudades.
Cada batalla que se sucedia con los mongoles eran aplacadas por los chinos con total impunidad, excepto un sitio, el valle Kenshin. Árido, seco, casi desértico, en tierra de nadie pero enclave primordial para que los mongoles no conquistaran Nanjin, la capital; y en mitad del páramo una fortaleza china, cada vez más diezmado por los ataques mongoles.
Este punto débil llego a los oidos del emperador Zhu Yuanzhang. No podía mandar más hombres, temía que ese punto de debilitara y entonces caería toda China.
El emperador Zhu comenzó en ese tiempo a tener contactos comerciales con Japón y se enteró de unos valerosos guerreros que allí vivían.
Japón basaba su poder en los shogunatos que estos a su vez entregaban tierras a los señores feudales, los daimyo, que eran protegidos por los samurais.
Zhu contrató a uno de los mejores samurais de la época, Kamakura y a 600 compañeros más para defender la fortaleza de Kenshin.
Kamakura era un estratega increible, los mongoles eran rechazados cada vez que intentaban cruzar el paso, pero siempre en los ataques se cobraba la vida de algún samurai. Estos morían poco a poco, pero contenían suficientemente las hordas mongolas.
Hasta que en una de las batallas más sangrientas que se recuerdan en la historia china, atacaron 10.000 guerreros mongoles contra excasamente 500 samurais, solo sobrevivieron Kamakura y seis valerosos samurais, fue tal la derrota que el ejercito mongol se rearmó para dar el ataque final.
El emperador Zhu destacó a unas cuantas unidades a la salida del valle sin prestar el menor auxilio a los de la fortaleza de Kenshin, creyendo que ya estaban todos muertos.
Esa noche, con todo el cielo estrellado, Kamakura reunió a sus seis compañeros, comieron, bebieron, bailaron, rieron, se contaron historias, eran felices, pero sabían que al día siguiente iba a ser su último día en la tierra.
Y llegó el día, al alba, un ejercito mucho mayor que el del día anterior se apostó a la entrada del valle, muy cerca de la fortaleza.
Kamakura y los suyos, con una sonrisa de felicidad en su rostro, sabían que morir en la batalla reportaría honor a su familia, estaban orgullosos.
Abrieron la puerta de la fortaleza, salieron tranquilamente, despertaron a la katana y al wakizashi, tensaron los arcos, apuntaron sus lanzas, eran los señores dadores de vida y muerte.
Se lanzaron contra el enemigo al grito de:
"HOY ES UN BUEN DÍA PARA MORIR"