Ella era de esas princesas que todo lo quería hacer, desde trepar a un árbol hasta elegir la cena. Algo poco común en aquella época.
Ya que era tan valiente, ahí le vino su dragón, nada fuera de lo común en aquella época, con sus largos dientes, garras afiladas y un aliento que espantaba.
Como todo lo quería hacer, allá fue, espada en ristre, cota de malla, armadura imponente, un escudo bárbaro y un pecherón que todo lo soportara.
Se planta frente a la cueva del dichoso dragón para hacerle frente. Algo sudorosa y descarada le espeta.
- ¡Eh, tú! Sal que vengo a matarte y a hacerme un collar con tus dientes.
Se sentía poderosa nada ni nadie podía tumbarla en ese momento.
El dragón salió tranquilo, como si llevara una inmensa mochila sobre su espalda, pasos armoniosos casi como si estuviera bailando, él ya sabía que la princesa le iba a durar menos de un asalto, pero alababa su determinación.
- ¿Por qué quieres matarme y hacerte un collar con mis dientes?
- Porque eres malo y andas aterrorizando a todas las personas - contestó.
- ¿Tan solo por eso? - volvió a preguntar el dragón.
- Si. - Esta vez respondió la princesa casi gritando, el dragón la estaba poniendo nerviosa.
- Tu príncipe va haciendo lo mismo que yo y no te plantas delante de su puerta para matarlo.
El dragón abrió de repente los ojos, como si la palabra amor fuera la primera vez que la escuchara. En realidad estaba tan sorprendido de que la princesa supiera que significa esa simple palabra.
- ¿Amas que de día esquilme a sus ciudadanos con impuestos? ¿Amas que ayer matara al hijo del herrero porque no le había terminado su espada tan solo un día antes? ¿Amas que cuando va a la guerra tan solo por presentes te traiga las cabezas de sus enemigos? ¿Amas que mire a todas las mujeres excepto a ti?¿Amas todo eso?
La princesa comenzó a sentirse mal, el dragón le mostró toda su realidad en un instante, hay cosas que no sabía y otras las ignoraba.
- !Mientes dragón infame, mientes¡
- Princesa, sabes que con solo abrir mi boca, morirás. ¿Por qué quieres enfrentarte a mi?, solo son las habladurías de la gente, no sabes mi realidad, soy un buen dragón, algo feo, pero bueno. Nadie del pueblo puede haberte hablado mal de mi. He ayudado al herrero a encender su forja, labré las tierras del campesino con mis garras. Me alimento de lo que pesco. La única persona que pudo haberte hablado mal de mi es al que más temes, al que más dices amar, ya que él no puede deshacerte de ti, te envía a mi para que mueras.
- Me decía que debía matarte, acabar contigo porque lo único que traes es tristeza.
- No princesa, lo que te acabo de mostrar es la verdad. Pero te dicen que a lo que te debes enfrentar es a la tristeza, porque nadie es capaz de enfrentarse a su verdad.
Los ojos de la princesa comenzaron a empañarse, le pesaba la espada, la armadura, la cota, todo lo tiró al suelo; el pecherón lo agradeció.
- Lo siento dragón, volveré a enfrentarme a mi verdad. Por cierto ¿como te llamas?
- Venga dragón, en serio, dime tu nombre. -un tanto contrariada-
- Que nombre más raro para un dragón, te hacía mas Desollador o Matavacas.
- Anda princesa ve a enfrentarte a tu verdad, por cierto ¿cual es tu nombre?
- Vaya nombre mas raro para una princesa, te hacía mas Ginebra o Gwendoline.
Comenzaron los dos ha reírse sin parar, bueno Corazón tenía que contenerse porque si se reía demasiado soltaba fuego por la boca y podía quemar a Mente.
- Ve en paz querida princesa Mente. Mi cueva siempre estará abierta para ti.
- Gracias Corazón. Volveré a visitarte.
Allá fue Mente a enfrentarse a su verdad.
Pasaron los días, meses y años, Mente jamás volvió.
Corazón siguió haciendo de las suyas. Unas veces iba con el pescador a ayudarle con las redes, otras se quedaba fuera de la taberna y escuchaba las historias que dentro se contaban, siempre con un barril de la mejor cerveza que hacía la tabernera.
Corazón ya era viejito, le faltaban dientes, apenas escupía fuego y si volaba una legua tenía que pararse para descansar.
Cierto día un joven entró a su cueva. Era apuesto, educado e iba sin miedo.
- ¿Quien osa entrar en mi cueva? - dijo con voz lúgubre
- Hola dragón, vengo a buscar a Corazón.
- Soy yo, ¿que quieres? ¡habla rápido!
En realidad era solo una fachada de Corazón para dar mas miedo, pero veía que al joven eso no le afectaba en lo más mínimo,. Joven valiente, pensaba.
- Me presento señor Corazón. Me llamo Melancolía, hijo de Mente.
De repente a Corazón su corazón se le hizo un nudo, mezcla de alegría y el sentimiento de una profunda tristeza.
- ¿Donde está Mente? ¿Va a venir a visitarme?
- Siento mucho escuchar eso. -dijo en voz baja y una intensa y triste mirada
Se dio la vuelta para que el joven no viera como caía una lágrima por sus mejillas ya ancianas, un dragón nunca debe llorar delante de nadie.
Melancolía comenzó a contarle todo lo que Corazón no quería escuchar.
- Mi madre me contó toda la historia, de como al venir aquí se sintió liberada por primera vez del yugo que la tenía oprimida pero que al volver al castillo jamás pudo enfrentarse a su verdad. Nunca le dio salida a su corazón, anhelaba venir a pasar las tardes contigo, quería visitarte pero la mente de Mente no la dejaba. Siempre buscaba quien le dijera algo de ti, incluso redactó un edicto para que jamás nadie te hiciera el más mínimo daño. Se le olvidó que eres el dragón más querido del reino.
- Pero nunca vino. -se lamentaba Corazón.
Melancolía no lo sabía, pero el corazón de Corazón cada vez era más pequeño.
Él también quería saber de Mente y conocía la historia del edicto para protegerlo.
Melancolía siguió contándole.
- Mi madre me dio su espada, la que trajo ese día. Nunca más volvió a esgrimirla. Me la dio para ti, para que la conservaras. Quiero cumplir su promesa que me hizo en el lecho de su muerte, me dijo que te la trajera, que se la diera, que la perdonaras, que nunca te olvidó.
- Hijo mío, mi corazón no necesita de melancolía. Gracias por traerme la espada. A tu madre -se quedó pensativo- no hay nada que perdonarle ni reprocharle, hizo lo que debía y deseaba.
- En eso no estoy de acuerdo con usted. Hizo lo que debía pero jamás lo que deseaba.
Ahora era Melancolía quien se daba la vuelta para que Corazón no le viera llorar, un príncipe nunca debe llorar delante de nadie.
- Ve en paz. Ve a tu verdad. Y si quieres honrar a tu madre, sigue al corazón. Es el camino más complicado, menos agradecido pero donde encontrarás toda la verdad y todo el sentido de la vida.
- ¿Sigue tu padre siendo tan malo con los necesitados?
- Si, es mi desgracia. Pero cuando sea dueño y señor de estas tierras eso cambiará, así lo digo como Melancolía que me llamo.
- Eso está bien, hijo. Jamás escuché el nombre de tu padre, ¿cual es?
Melancolía marchó en paz haciéndose la promesa de venir a ver al viejo dragón y que le aconseje en cuestiones de estado, le hable del pueblo y de los sentimientos, veía en Corazón una fuente de conocimientos para ser mejor príncipe y rey que su mezquino e infame padre.
Esa noche Corazón, renqueante, cogió la espada y la abrazó en su pecho. Comenzó a cerrar sus grandes ojos y así quedó dormido para nunca jamás despertar.
Mente y Corazón unidos por el frío metal y la piel templada.